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Mi Viaje a Nueva York 0

Mattia Molini, un director de cine en New York y su proyecto secreto

Si aman el cine, existen tres versiones de Nueva York. La de los éxitos de taquilla: superhéroes y cataclismos, grandes actores, e historias de amor que hacen llorar. Todo está enmarcado entre el Central Park y los rascacielos.

¿Quién no recuerda la falda al aire de Marilyn Monroe? Audrey Hepburn que toma el desayuno en Tiffany. John Travolta que baila la noche del sábado. Es la Nueva York grande. La Nueva York del sueño, del mito, del progreso.

La gigantesca máquina del cine de Hollywood, la de los tiempos de King Kong, que se enfocó en Nueva York para hacer que “las cosas sucedieran”. Una escenografía privilegiada y natural que ha colonizado nuestro imaginario dándonos la sensación de haberlo visto ya todo.

El caos, la vida y el fin del mundo. Existe también la Nueva York de las películas independientes, las del Tribeca Film Festival. Un universo aparte, interesante, en el que se mueve mucho dinero, pero en el que se es más libre de la dictadura de la taquilla.

¿Se puede experimentar? Sí, sí se puede, pero ¿hasta qué punto? Y aquí llegamos a la tercera versión de Nueva York. Hay un tercer estrato, subterráneo, impalpable, imprevisible, que se le escapa a los radares, que aparece y desaparece, que no busca complacer, satisfacer al público y nace de la urgencia de hablar sin pensar en el dinero ni en las consecuencias. A esta última categoría pertenece Mattia Molini. Antes de llamarlo por teléfono, busqué información sobre él. Encontré muy poco. No encontré artículos, ni fotos, prácticamente nada. Mattia no busca complacer y las pocas fotos que me manda son un modo de esconderse más que revelarse. Por lo tanto decidí no publicarlas por respeto a su voluntad. Además, si quiere mostrarse lo hace con su estética cinematográfica. Esto es suficiente. ¿Para qué sirve un rostro?

Cuando llamo a Mattia Molini por teléfono me responde con un tono flemático. No logro comprender si es un hábito por ser director o si es su manera de ser. Pero al final comprendo que es él. Es así. Mattia Molini nació en Perugia, estudió en Siena, y luego vino a Nueva York, donde estudió en la New York Film Academy. Aquí ha probado de todo (él usa esta palabra, probado) desde director teatral a cineasta. Ama Nueva York, ¿pero quién no la ama? Ha encontrado inspiración, relaciones, ideas. Sobre todo ideas que busca transformar en imágenes en movimiento.

Me contó diversidad de cosas sobre su vida, pero decidí no publicarlas aquí, excepto un pequeño detalle: visita un lugar de Nueva York que a mí también me gusta mucho: Via della Pace, un restaurante en el East Village, lugar de los hinchas de la Lazio. No quiero hablar de Mattia, de su vida, ni de lo que piensa sobre el Cine. Un día, cuando tenga fama, tendrá la manera de compartir sus ideas. No quiero hablar de él porque al hacerlo, le quitaría espacio a su proyecto cinematográfico que creo que es valioso y poco común, debido que en él media un escritor franco-rumano llamado Matei Visniec que escribió Decomposed Theater o The Human Trashcan. Una obra extraordinaria. Son 24 fragmentos de vida de un personaje que cada uno puede recomponer como prefiera. Un rompecabezas. Y él la compuso a su propia manera, pero no solo. Supongo que ya comprenderán por esto que hablamos que se trata de una experiencia narrativa única y de un proyecto que un italiano difícilmente aceptaría. Decía que no la compuso solo porque con él está la actriz, la protagonista, el alma del proyecto, la afro-rumana Caroline Gombe. Pensé en preguntarle también a Caroline qué piensa de la película que quieren hacer juntos, y lo hice por correo electrónico después de haber hablado con Mattia. Ella me respondió que es un proyecto exigente, y que es exigente hacerlo con Mattia porque él es muy talentoso en su campo. Encontrarse en sintonía es de una belleza que no se encuentra fácilmente y que hay que cultivar.

Mientras Mattia me habla de esta película por teléfono, pienso en otra cosa. Me distraigo, lo admito, y continúo pensando en una sola cosa. Pero, ¿será feliz Mattia en Nueva York? ¿O será que extraña Italia? Me dice que él ama Nueva York, pero que quiere regresar a Perugia. Allá están sus raíces que a cierto punto lo llaman, y que tal vez lo de Nueva York no salió como se lo esperaba, o no ha sucedido aún. No ha sucedido aún, quiere decir que hay tiempo y Mattia es joven todavía. Tiene un poco más de treinta años. En realidad, el proyecto para el que está tratando de recaudar 25 mil dólares, vale la pena que sea apoyado.



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