“Es una ciudad mágica, irresistible, bellísima. Una de esas ciudades afortunadas que tienen gracia. Así como algunos poetas que cada vez que escriben un verso hacen una bella poesía. Me lamento de no haber venido aquí mucho antes, hace veinte o treinta años, para así quedarme. Nunca me había sucedido enamorarme así de una ciudad. Excepto en África, tal vez. Pero el África es como una droga que tomas para no cansarte, una evasión. Nueva York no es una evasión: es un trabajo, una guerra. Pone en ti el deseo de hacer, de afrontar, de cambiar: te gusta como las cosas que gustan cuando uno tiene veinte años.
No me sentía extranjero. Aprendí a manejar rápido la ubicación de las calles como si hubiera nacido allí: más aún, las reconocía. Los jóvenes tienen un gusto fabuloso: mira cómo van vestidos. De la forma más sincera, más excéntrica posible. No les importa nada de las reglas de la pequeña burguesía o populares. Esos suéteres vistosos, esas chaquetas de poco precio, esos colores increíbles. Y así siguen, orgullosos, conscientes de su elegancia que no es una elegancia mítica o ingenua. Esta es la cosa más bella que he visto en mi vida. Esto es algo que nunca olvidaré mientras esté vivo. Debo regresar, debo estar aquí aun cuando ya tenga ya dieciocho años. Cuánto me molesta tener que irme, me siento robado. Me siento como un niño frente a una torta que se antoja para comer, una torta de tantas capas, y que el niño no sabe qué capa le gustará más. Sólo sabe que quiere, que debe comérselas todas. Una a una. Y en el mismo momento en que está a punto de probar la torta, se la llevan. Quisiera tener dieciocho años para vivir toda una vida aquí.”
Pier Paolo Pasolini, 1966, entrevistado por Oriana Fallaci.